viernes, 30 de noviembre de 2012

EL PUEBLO DE LOS SUEÑOS

Había llegado temprano al colegio. No dormí bien y estaba somnoliento, entre dormido y despierto. Avancé a la zona donde se marca la entrada y cuando miré a los pinos enanos del jardín, noté que no eran tan pequeños. Yo me sentí Gulliver ante las casitas que estaban en todo el jardín. Las había de todos los colores,  con sus techos hermosos. Miré a los alrededores y no había nadie. Fue entonces, que cerré los ojos para poder entrar en ese maravilloso mundo. Era un ciudadano de aquel pueblito encantador. Era un liliputiense más, así que recorrí con mis ojos bien abiertos por las calles de ese emblemático lugar que en mi cabeza parecía sonar como  Cuore o tal vez Heart,  Sonko,  Coeur,  Cordis o Kardios. En fin, un maravilloso pueblo con sus chimeneas, ventanas, balcones, escaleras blancas para subir al cielo. En las ventanas, estaban los adornos navideños de colores rojo y verde con la presencia del gordo y bonachón personaje que nosotros llamamos de tantas formas, ya sea Papá Noel, Santa Klaus o el viejito Pascual. También veía el blanco de la nieve que caía sobre los pinos verdes. Sentía un  poco de frío y observaba a los ciervos que se desplazaban con libertad. El mundo europeo y el serrano se daban la mano, porque vi llamitas, gallos, carneritos que habían amanecido y estaban por la calle mientras los habitantes de este pueblecito dormían porque habían celebrado la nochebuena. Qué bien para mí porque yo, a pesar de ser un intruso, me sentía parte de él ya que alguna vez, cuando niño, habité en un mundo igual y viví maravillosos momentos que esta vez se estaban repitiendo y no me lo iba a perder por nada del mundo.
A medida que recorría este pueblo de amor y ensueño, vi  a pocos metros, las líneas del tren como había en mi pueblo y donde los niños de aquel entonces solíamos trepar y subir a los techos de los vagones para  saltar de un vagón a otro, mientras nos perseguía el encargado de la estación. Siempre fueron mi mejor juguete, los trenes. Cuando venía la Navidad, a mí me regalaban pistolas y sombreros, pero a mi hermanito menor, le obsequiaban trenes. Cada vez que él no estaba en el cuarto de los regalos, yo sacaba sus trenes y me ponía a jugar. Hasta hoy me gustan los trenes. Son mi pasión. ¿Por qué no tomar uno de ellos para que me lleve a Sallent, la tierra del Padre Claret? Ahora o nunca. Pues me voy a subir, aprovechando que no está el hombre de los trenes y me voy a sentar cómodo en uno de los asientos del vagón y ¡Buen viaje! A tierras españolas. Con mi chocolate y el panetón, disfrutando entre las casitas y la iglesia de una fiesta navideña que me ofreció la imaginación y que duró hasta que Anita Gómez-Sánchez me preguntó si había perdido algo. Nuevamente en las cercas del jardín, anonadado y feliz observaba el pueblito de los sueños que me permitió viajar a través del tiempo y el espacio.
 Tengo que agradecer al Profesor Jallo y sus alumnitos y alumnitas que han hecho posible que yo vuelva a recordar mi infancia como todas aquellas personas que observan al Pueblo de los Sueños.
                                                                       Eddy Gamarra

jueves, 29 de noviembre de 2012

LLEVO EN MI MEMORIA LOS LUGARES. . .

 
DONDE FUIMOS JUNTOS A BEBER/SOÑANDO NOS PASÁBAMOS EL TIEMPO/QUÉ GRANDE COSAS ÍBAMOS A HACER…
Es una canción que recuerdo siempre y que me permite acercarme a mi pasado de estudiante en la Universidad. Los libros, los amigos, el Arte, las fiestas, los proyectos futuros y el tiempo inexorable que nos mira desde diferentes ópticas. Una de ellas es la música. Quién lo creyera que mi primera opción de  estudio, fuera la música. Quería ser pianista; mis padres, no querían. No me compraron el piano y me contenté, de alguna manera con el Arte dramático, en la ciudad de Trujillo. Sin embargo escuchaba música clásica en la casa de Arnaldo Fernández. Todavía recuerdo su biblioteca donde nos amanecíamos hablando de Literatura, arte, el significado de las palabras y la música de los grandes maestros. La biblioteca de Arnaldo era la más grande entre todas las bibliotecas  de mis amigos lectores, en Trujillo. En ella estaban sus libros y muchos libros de su padre que también tenía una buena biblioteca  en su casa. Su padre que además de abogado era maestro universitario y le fascinaba los libros como a su hijo. Otra parte de los libros de mi amigo Arnaldo, eran de su tío, el escritor José Eulogio Garrido, integrante de la Bohemia de Trujillo que estuvo formada por César Vallejo, Antenor Orrego, Alcides Espelucín, Federico Esquerre y tantos otros poetas y escritores. Su tío había fallecido y su enorme y valiosa biblioteca estaba  le ofreció la oportunidad de llevar algunos libros para que Arnaldo y yo pudiéramos disfrutar de sus páginas. Yo no tenía biblioteca. Apenas, unos cien libros. Mi familia no era lectora. Solo mi madre y yo leíamos en casa. Es por eso que cuando visitaba a Arnaldo, después de una larga plática, regresaba a casa llevando diez a doce libros para leerlos  y después, comentarlos en su biblioteca.
Tengo que reconocer que gracias a Arnaldo empecé a comprar mis libros y a leer más. Es una especie de adicción que me hace sentir  feliz y que en muchos casos me ha obligado a abandonar mis estudios  musicales y otros estudios. Es cierto que aprendí quena con el maestro Alejandro Vivanco y que me dio la oportunidad de enseñar alguna vez y donde tuve un gran discípulo y un gran amigo: Jorge Tovar Serpa. Él me enseñó a amar los rincones  alejados del país a través de la música y ambos tocábamos la quena a dos voces, ya sea en las actuaciones del colegio, en la casa de los amigos y en fiestas ya sea en los pueblitos de Huancayo o en Cusco y también, en Lima. Alguna vez formé parte de grupos folklóricos donde tocaba la quena, o el bombo, o mohoceño, además de las tarkas, pinkullo y otros instrumentos musicales.
Aprendí algo de charango con un gran maestro: Juan Condorena y tuve la suerte de tocar cuando inauguraban el coliseo claretiano. Es por eso que cuando escuché a mi alumno Murrieta, de tercer año de Secundaria, tocar el charanguito en la canción TINKU, me emocioné y me olvidé por un momento ser uno de los maestros de Ceremonia, y me convertí en un oyente que estaba disfrutando de esta interpretación de los alumnos de Angelito Urdániga.
Tal vez algunos no lo sepan, pero mis primeras lecciones de saxofón, las recibí de otro maestro, que yo estimo bastante: Manuel León. En aquel entonces, era el Director de Banda de un colegio nacional. Allí estaba el instrumento y me enseñaba al igual que los alumnos del colegio nacional. No era mi colegio. Era el suyo como profesor y los sábados en la tarde, yo estaba como uno  más de sus alumnos.
Podrán darse cuenta mis queridos  lectores, que detrás de muchos alumnos están grandes maestros. Los maestros tienen que ser reconocidos en todo momento. Es por eso que lo hago cuantas veces pueda. He tenido muchos maestros desde mi profesor de primeras letras que me dio las primeras lecciones de idiomas, De igual manera, mis profesores en el colegio, en las universidades donde estudié, los Institutos donde aprendí  algo de Inglés, quechua, francés, italiano, griego y latín. Sé que no lo practico y me olvido de ellos. De ahí, mi mala costumbre de emplear con mis alumnos y alumnas de Primero y Tercero expresiones en diferentes idiomas.
Me alegra mucho que Oswal Canales sea un músico de jazz de primera línea. Siempre con su perfil bajo y una idiosincrasia muy noble y sencilla. Yo no le enseñé nada de música. Solo fui su profesor de Inglés o Comunicación,  alguna vez y me siento orgulloso de haber tenido alumnos de la talla de Oswal, Juan Carlos Pajuelo  Juan José Chuquisengo Orihuela  y muchos más.
Cuando un pueblo canta, está feliz y cuando tocan y cantan Los Golden Jeans, es una alegría especial: En aquel conjunto tenemos a tres profesores claretianos que a través de la primera guitarra, los teclados y la batería demuestran su amor a la música y a la vida. Ellos son Wilson, Ángel y Lucho Rojas. Son los músicos que quedan, además de los citados, el Padre Stalin y Hernán Pinto.
Al final de la jornada, Don Quijote ya no quiere “desfacer entuertos”, recupera “su razón” y se vuelve materialista; en cambio, Sancho le dice a Don Quijote que extrañaba las salidas y los combates. Aquella famosa sanchificación de Don Quijote y quijotización de Sancho me hace recordar que alguna vez cantábamos y ahora ya no lo hacemos. Los profesores jóvenes no conocen esa palabra mágica que se llama Música y los demás, la han retirado de su diccionario. Nunca es tarde para escuchar aún la música que algunos filósofos y los astronautas  disfrutaron en su momento dado.

Para terminar estos recuerdos, agradezco a mi primer profesor de violín, el Maestro Valdivia quien me enseñó  amar este instrumento y a escuchar a grandes violinistas hombres y mujeres a través de youtube. Todo esto y mucho más forma parte de mis recuerdos sobre estudio, literatura y música y que a pesar del poco tiempo que dispongo, los tengo presente y juego con el tiempo inexorable y burlón para sacarle algunos minutos para aprender a tocar el violín, para  leer y también para escribircomo el título de la canción; Aquellos fueron los días (Thosewerethedays).
                                                                       Eddy Gamarra