miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL MAR

Han pasado dos semanas desde aquella vez que estuve  en la casa de playa,  donde se realizó la fiesta de Halloween, logré darte un beso. Fue inolvidable, interminable, maravilloso y triste a la vez. No sabía si estaba soñando o fueron los efectos del whisky etiqueta azul,  que me invitó mi gran amigo, el joyero peruano. Los minutos se han hecho tan largos que parecería que estaba en Jupiter. Tú y la ventana, aquel beso y el mar. No comprendo como tu grácil figura y la fuerza de tus ojos  me envolvieron y me tendieron un cerco de perfume y deseo. Recuerdas que era  cerca de la medianoche y tú  te evaporaste de mis brazos y raudamente saliste  a través del aire y aroma del patchuli para confundirte con las noctículas , además de la sonrisa blanquecina de las olas.
Sentía como dice el poeta,  que el mar sonreía a lo lejos “ dientes de espuma y labios de cielo”. Pero también debo decirte que tu figura de ondina cuando topó  la blanca espuma no era Yasmina, la silente y extraña dama que se robó mi corazón, sino la esbelta figura de una loba de colores marrón y blanco que se lanzaba al mar por un chapuzón de divinidad. No sé qué pasó. Sigo pensando que pudo ser el licor o alguna mezcla del coctel de algarrobina que me dio una damisela con una mascarilla y un collar que decía “pace”. Ahora recuerdo que esta agraciada figura te acompañaba en el Atlantic. Siempre tus ojos y aquellas palabras que laceran mi espíritu: “Qué tal” La palabra amor estaba entre los dos y después del ósculo,  me dejaste, te fuiste y el océano te recibió en sus brazos.
Volvió la quietud del mar, me desesperé y salí de la residencia por una puerta  para que mis amigos no se percataran hacia dónde me dirigía.  Me fui a la orilla y trataba de buscar algún rastro de mi amada. Gritaba su nombre una y mil veces, pero el mar, impertérrito,  me ofrecía como respuesta el flujo y reflujo de las olas. Fue entonces que dirigí mis ojos húmedos a la luna y dentro del astro plateado, había una silueta que me era familiar que no la había visto desde aquella noche en que me fijé por primera vez en ti.  Debo estar loco, pero la silueta era de un animal cuya imagen me persigue cada vez que pienso en ti.  si… era una loba.
Regresé a la fiesta por la misma puerta. Me sacudí la arena de los zapatos e ingresé al gran salón donde estaban mis amigos Jorginho, el conde Hectorius de Auseville, el conde Nolberto Troll, el Ministro francés de origen judío Monsieur Sanson de Benjamin y el magnate del cine mexicano Eduardo Gómez. Las damas se habían retirado a los servicios higiénicos. Mis amigos comentaban que al final de la fiesta tendrían una reunión de animagos porque la comunidad estaba siendo presionada por seres de la noche, quienes, aprovechaban de su belleza y sus riquezas para beber la sangre de gente inocente. Yo seguía con mi tragedia que olvidé comentarles el incidente a la salida del viejo castillo del Atlantic. Ahora comprendo quién me salvó aquella noche cuando salía del viejo castillo. Fuiste tú.
Cuando regresaron la vizcondesa Lyn de Marec, la dama brasileña Irascema do Bahía, venía con ellas una persona de sonrisa agradable, dueña de los humedales de Villa donde tenía un hermoso castillo y que me invitaba para pasar mi cumpleaños en aquel lugar. A pesar de que ella se siente triste cuando celebra su cumpleaños. Sin embargo, estaré allí. ¿Irás? Te voy a esperar aunque tenga que verte unos instantes. A esta bella dama,  La conocían como la marquesa de Castelforte y tenía un enorme laboratorio en su castillo debido a sus trabajos en Matemática y Astronomía.
Pude observar un detalle en la fiesta. Los mozos se acercaban a Jorginho y él daba las órdenes. Yo sabía que aquel castillo no era de su propiedad. También sabía que jamás me diría a quien pertenecía dicha residencia que me era tan familiar. Recordé que mi amigo, el joyero, también era animago y que su conversión era un lobo. Empecé a atar cabos y decidí tomar el toro por las astas. Sin embargo, era muy tarde porque él fue llamado de urgencia por uno de sus marineros y dicen que se fue al muelle que estaba cerca de la residencia de playa y se retiró en su yate.
No había nada que hacer. Estaba desesperado. Me despedí de las bellas damas y aproveché que Luis Alberto de Sajonia se retiraba a su residencia y me fui en su coche con él. Mi casa estaba en silencio. No había nadie en ella. Me tomé una copa de vino y mientras miraba a la luna, sentía un calor intenso. Sudaba a mares. Caminaba intranquilo de un lugar a otro. Mis pálidas manos, se oscurecieron. El cabello gris aumentó. Todo mi cuerpo se llenó de pelos. Estaba asustado. Mi rostro, lleno de pelos. El olor a patchuli , me perseguía. Su saliva se había mezclado con la mía y sus labios comunicaron esta fuerza que yo rechazaba y aceptaba a la vez.  Qué me estaba pasando ¡Dios mío! Mis mandíbulas se movían con fuerza. Ya no tenía control de mi persona. Abrí las puertas del balcón y cuando quise gritar Yasmina, me salió un aullido que podría matar de espanto a cualquier mortal. Salí de mi casa y no sé que pasó el resto de la noche. Lo único que puedo  decirles es  que terminé en las arenas de una playa cercana, otra vez con mi rostro y mi cuerpo de humano, mientras unos pescadores que me tildaron  de loco,  cubrieron mi cuerpo desnudo con un poncho.

martes, 8 de noviembre de 2011

LA CLAUSURA DE LAS OLIMPIADAS

El martes 08 de noviembre, después del segundo recreo, nos dirigimos al coliseo Claret para disfrutar  de las Olimpíadas Claretianas. Todos los chicos y chicas sin excepción, desde Los niños más pequeñitos hasta los jóvenes del Tercer año de Secundaria, estaban contentos, emocionados. Era la clausura de los juegos más importantes donde participan los mejores deportistas claretianos y sus compañeros y compañeras. Los chicos y las chicas mostraban sus uniformes multicolores. Sus buzos y camisetas de diferentes países del mundo. Ellos ya sabían de antemano cómo habían sido los resultados. Solo esperaban que los llamaran para dar vivas a su sección, a su equipo, a sus compañeras y compañeros. Todo el coliseo era la alegría en grado mayor. Los profesores estaban unos con buzos y otros con ropa sport. Los representantes de Educación Física, sean técnicos o profesores, estaban uniformados y era la hora de llamar a las secciones desde el cuarto puesto hasta el equipo ganador olímpico de su año. Los primeros en ser llamados fueron las chicas y chicos de Tercer año de Secundaria desde el cuarto lugar hasta el primer lugar. Luego tocó a Segundo Año de Secundaria y llamaron al tercero y, segundo lugar. La profesora Karlita de Segundo “D” y la profesora Ana María de Segundo “B” salieron contentas a recibir el diploma que el Padre Director les entregaba por la participación de los estudiantes de ambas secciones. En ese momento, el orientador me dice que salga porque el Padre Director va a entregarme los diplomas de  Segundo “A” por el Segundo lugar. Yo salí detrás de Ana María y hasta subí al escenario, pero no escuchaba a mi sección. Solo escuchaba a la sección ganadora (2° C). Una vez, en el escenario, la profesora Kelly de Educación Física, me miró de una forma extraña, y tenía razón porque no nos habían llamado. Bajé avergonzado por hacer el ridículo y triste porque mis alumnas y alumnos parecía que no estaban en el reparto de diplomas. Bajé en silencio y miré a mis chicas y chicos, serios y conturbados.¡ No los habían llamado!...Continuaron llamando a las secciones de Primer año de Secundaria y el profesor Campos se acercó, me pidió disculpas y me entregó unos diplomas. ¿No hubiera sido mejor que tome el micrófono y pida disculpas a los chicos y chicas de Segundo “A” y les entregue públicamente  los diplomas?...¡Qué pasó con la experiencia de los otros integrantes. Si bien es cierto que algunos profesores no tienen tantos años de servicio, pero no debió de ocurrir. Me pregunto quién fue la persona que “traspapeló los diplomas de estos niños”. Todo estaba perfecto, ¿Verdad?...entonces, qué ocurrió. Que se investigue y los responsables vayan a la sección de Segundo año “A” y pidan disculpas porque”A los niños se les respeta”.

Ramona. . .

No es un nombre para esta época. Es el nombre de una canción. Sí, una bella melodía que mamá cantaba mientras tejía. Yo la escuchaba en las tardes, después de almuerzo. Nunca le hice notar que escuchaba aquella canción cuando ella tarareaba. Es tan hermosa, tan tierna y tan suave como el carácter de mamá. Cuando ella la cantaba, la tarde se detenía. No había otro sonido en mi corazón que las cálidas notas de esta canción que jamás la he escuchado en la radio, ni en los discos, casetes, o discos compactos. No…no es mi imaginación. No la estoy inventando. La tengo dentro de mí como si fuera una flor que nunca se marchita y que aparece de cuando en cuando a través del silencio, de mis cuitas y del paso del tiempo.
Era la única canción que mi madre cantaba. No escuché otra. Era suficiente y llenaba mis oídos como las voces que debe tener el amor  de madre. Era el paraíso, mi mundo interior. Uno de mis hermanos la tarareaba,  también . No se me ocurrió preguntarle quién era el compositor. Dónde la aprendió. Quién se la enseñó. Por qué la única canción.
El solo hecho de escuchar Ramona, se abre ante mis ojos los recuerdos de mi niñez. Los compases de esta melodía reflejan el paso cansino y la voz dulce de mamá. Ella ya no está y mientras escribo estas palabras, la veo en la pantalla que me sonríe y me dan ganas de llorar. Una gran amiga me comentaba que siempre que se acerca su cumpleaños, ella se pone triste. Afloran los recuerdos, debería estar alegre, pero no se explica por qué en los días en que uno debe disfrutar del cariño de los suyos y  de todos aquellos que lo estiman, tenga que ocurrir estas cosas.
Este torpe estudiante de violín encontró entre la antología que el profesor le obsequió, la canción Ramona, muy cerca de otras melodías que tengo que aprender. Es por eso que todas las noches, en silencio, entre el sonsonete de los programas televisivos que se escuchan en la casa, tomo mi violín y el arco y trato de robarle al pentagrama las notas suaves de la canción que siempre escuché cuando era niño y ahora, en sol mayor deslizo con cuidado el arco y froto mis tristezas a través de las cuerdas del pequeño instrumento que siempre está a mi lado y pronuncia  con el apoyo de las negras y las blanca, además del silencios,  el nombre …Ramona.