No es un nombre para esta época. Es el nombre de una canción. Sí, una bella melodía que mamá cantaba mientras tejía. Yo la escuchaba en las tardes, después de almuerzo. Nunca le hice notar que escuchaba aquella canción cuando ella tarareaba. Es tan hermosa, tan tierna y tan suave como el carácter de mamá. Cuando ella la cantaba, la tarde se detenía. No había otro sonido en mi corazón que las cálidas notas de esta canción que jamás la he escuchado en la radio, ni en los discos, casetes, o discos compactos. No…no es mi imaginación. No la estoy inventando. La tengo dentro de mí como si fuera una flor que nunca se marchita y que aparece de cuando en cuando a través del silencio, de mis cuitas y del paso del tiempo.

El solo hecho de escuchar Ramona, se abre ante mis ojos los recuerdos de mi niñez. Los compases de esta melodía reflejan el paso cansino y la voz dulce de mamá. Ella ya no está y mientras escribo estas palabras, la veo en la pantalla que me sonríe y me dan ganas de llorar. Una gran amiga me comentaba que siempre que se acerca su cumpleaños, ella se pone triste. Afloran los recuerdos, debería estar alegre, pero no se explica por qué en los días en que uno debe disfrutar del cariño de los suyos y de todos aquellos que lo estiman, tenga que ocurrir estas cosas.

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