Han pasado dos semanas desde aquella vez que estuve en la casa de playa, donde se realizó la fiesta de Halloween, logré darte un beso. Fue inolvidable, interminable, maravilloso y triste a la vez. No sabía si estaba soñando o fueron los efectos del whisky etiqueta azul, que me invitó mi gran amigo, el joyero peruano. Los minutos se han hecho tan largos que parecería que estaba en Jupiter. Tú y la ventana, aquel beso y el mar. No comprendo como tu grácil figura y la fuerza de tus ojos me envolvieron y me tendieron un cerco de perfume y deseo. Recuerdas que era cerca de la medianoche y tú te evaporaste de mis brazos y raudamente saliste a través del aire y aroma del patchuli para confundirte con las noctículas , además de la sonrisa blanquecina de las olas.
Sentía como dice el poeta, que el mar sonreía a lo lejos “ dientes de espuma y labios de cielo”. Pero también debo decirte que tu figura de ondina cuando topó la blanca espuma no era Yasmina, la silente y extraña dama que se robó mi corazón, sino la esbelta figura de una loba de colores marrón y blanco que se lanzaba al mar por un chapuzón de divinidad. No sé qué pasó. Sigo pensando que pudo ser el licor o alguna mezcla del coctel de algarrobina que me dio una damisela con una mascarilla y un collar que decía “pace”. Ahora recuerdo que esta agraciada figura te acompañaba en el Atlantic. Siempre tus ojos y aquellas palabras que laceran mi espíritu: “Qué tal” La palabra amor estaba entre los dos y después del ósculo, me dejaste, te fuiste y el océano te recibió en sus brazos.
Volvió la quietud del mar, me desesperé y salí de la residencia por una puerta para que mis amigos no se percataran hacia dónde me dirigía. Me fui a la orilla y trataba de buscar algún rastro de mi amada. Gritaba su nombre una y mil veces, pero el mar, impertérrito, me ofrecía como respuesta el flujo y reflujo de las olas. Fue entonces que dirigí mis ojos húmedos a la luna y dentro del astro plateado, había una silueta que me era familiar que no la había visto desde aquella noche en que me fijé por primera vez en ti. Debo estar loco, pero la silueta era de un animal cuya imagen me persigue cada vez que pienso en ti. si… era una loba.
Regresé a la fiesta por la misma puerta. Me sacudí la arena de los zapatos e ingresé al gran salón donde estaban mis amigos Jorginho, el conde Hectorius de Auseville, el conde Nolberto Troll, el Ministro francés de origen judío Monsieur Sanson de Benjamin y el magnate del cine mexicano Eduardo Gómez. Las damas se habían retirado a los servicios higiénicos. Mis amigos comentaban que al final de la fiesta tendrían una reunión de animagos porque la comunidad estaba siendo presionada por seres de la noche, quienes, aprovechaban de su belleza y sus riquezas para beber la sangre de gente inocente. Yo seguía con mi tragedia que olvidé comentarles el incidente a la salida del viejo castillo del Atlantic. Ahora comprendo quién me salvó aquella noche cuando salía del viejo castillo. Fuiste tú.
Cuando regresaron la vizcondesa Lyn de Marec, la dama brasileña Irascema do Bahía, venía con ellas una persona de sonrisa agradable, dueña de los humedales de Villa donde tenía un hermoso castillo y que me invitaba para pasar mi cumpleaños en aquel lugar. A pesar de que ella se siente triste cuando celebra su cumpleaños. Sin embargo, estaré allí. ¿Irás? Te voy a esperar aunque tenga que verte unos instantes. A esta bella dama, La conocían como la marquesa de Castelforte y tenía un enorme laboratorio en su castillo debido a sus trabajos en Matemática y Astronomía.
Pude observar un detalle en la fiesta. Los mozos se acercaban a Jorginho y él daba las órdenes. Yo sabía que aquel castillo no era de su propiedad. También sabía que jamás me diría a quien pertenecía dicha residencia que me era tan familiar. Recordé que mi amigo, el joyero, también era animago y que su conversión era un lobo. Empecé a atar cabos y decidí tomar el toro por las astas. Sin embargo, era muy tarde porque él fue llamado de urgencia por uno de sus marineros y dicen que se fue al muelle que estaba cerca de la residencia de playa y se retiró en su yate.
No había nada que hacer. Estaba desesperado. Me despedí de las bellas damas y aproveché que Luis Alberto de Sajonia se retiraba a su residencia y me fui en su coche con él. Mi casa estaba en silencio. No había nadie en ella. Me tomé una copa de vino y mientras miraba a la luna, sentía un calor intenso. Sudaba a mares. Caminaba intranquilo de un lugar a otro. Mis pálidas manos, se oscurecieron. El cabello gris aumentó. Todo mi cuerpo se llenó de pelos. Estaba asustado. Mi rostro, lleno de pelos. El olor a patchuli , me perseguía. Su saliva se había mezclado con la mía y sus labios comunicaron esta fuerza que yo rechazaba y aceptaba a la vez. Qué me estaba pasando ¡Dios mío! Mis mandíbulas se movían con fuerza. Ya no tenía control de mi persona. Abrí las puertas del balcón y cuando quise gritar Yasmina, me salió un aullido que podría matar de espanto a cualquier mortal. Salí de mi casa y no sé que pasó el resto de la noche. Lo único que puedo decirles es que terminé en las arenas de una playa cercana, otra vez con mi rostro y mi cuerpo de humano, mientras unos pescadores que me tildaron de loco, cubrieron mi cuerpo desnudo con un poncho.